SAN BENITO DE NURSIA:GRAN ENEMIGO DEL DEMONIO PARTE II
UNA DE LAS VIDAS MÁS EJEMPLARES DE LA HISTORIA DE LA IGLESIA.
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PINTURA DE SAN BENITO Obra de Fra Angélico Imagen encontrada en el dominio público |
Datos sobre San Benito:
Nombre: Benito
Fecha y lugar de Nacimiento: Nursia Italia Año 480 A.D. Siglo V. Comienzo de la edad media, 4 años después de la caída del imperio romano de occidente.
Fecha y lugar de Fallecimiento: 21 de marzo del Año 547 A.D. Siglo VI. Monasterio de Montecassino Italia.
Representación en imágenes: Su imagen se representa con el Libro de la Regla, una copa rota y un cuervo con un trozo de pan en el pico.
Medalla de San Benito: Aunque no se conoce la fecha de origen de esta medalla la iglesia católica le reconoce un valor sacramental y que posee un gran poder de exorcismo.
ANVERSO MEDALLA SAN BENITO Imagen encontrada en el dominio público |
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REVERSO DE LA MEDALLA DE SAN BENITO Imagen encontrada en el dominio público |
ORACIÓN DE EXORCISMO ASOCIADA A LA MEDALLA DE SAN BENITO
Crux Sancti Patris Benedicti
Cruz del Santo Padre Benito
Crux Sacra Sit Mihi Lux
Mi lux sea la cruz Santa,
Non Draco Sit Mihi Dux
No sea el demonio mi guía
Vade Retro Satana
¡Apártate, Satanás!
Numquam Suade Mihi Vana
No sugieras cosas vanas,
Sunt Mala Quae Libas
Pues maldad es lo que brindas
Ipse Venena Bibas
Bebe tú mismo el veneno
Benedicto XIV otorgó el 12 de marzo de 1742 indulgencia plenaria a la Medalla de San Benito si la persona cumple las siguientes condiciones:
*Realiza el Sacramento de la Reconciliación (Confesión de los pecados ante un sacerdote)
*Recibe la Eucaristía
*Ora por el Santo Padre en las grandes fiestas
*Durante esa semana reza el Santo Rosario, visita a los enfermos, ayuda a los pobres, enseña la Fe Cristiana o participa en la Santa Misa.
Grandes Fiestas son: Navidad, Epifanía, Pascua de Resurrección, Ascensión, Pentecostés, Santísima Trinidad, Corpus Christi, Asunción de la Virgen María, Inmaculada Concepción de María, Fiesta de Todos los Santos y Fiesta de San Benito.
Quiénes lleven la Medalla de San Benito a la hora de la muerte serán protegidos siempre que se encomienden al Padre, se confiesen y reciban la Comunión o al menos invoquen el nombre de Jesús con verdadero y profundo arrepentimiento.
Extractos Vida de San Benito, según el libro de San Gregorio Magno:
CAPÍTULO VI
DEL HIERRO VUELTO A SU MANGO DESDE EL FONDO DEL AGUA:
Cuando un hombre del pueblo Godo, pobre de espíritu visita a San Benito para hacerse monje y éste lo acepta. Un día le manda a cortar la maleza de un sitio con una herramienta parecido con la falce que llaman falcastro.
El godo se va a trabajar y utiliza esta herramienta para preparar el terreno que estaba lleno de maleza para que sirviera de huerto. Este terreno lindaba justo con un lago. Estando en esta tarea, se desprende el hierro del mango y justo cae al lago, y en una zona de gran profundidad que no había forma de recuperarlo.
Dando por perdida la herramienta, el monje se dirige presuroso y nervioso donde el monje Mauro, le contó lo que pasó e hizo penitencia por su falta. Mauro, le cuenta a San Benito, el cual se dirigió al lago, tomó el mango de la mano del godo y la metió en el agua. En ese instante, el hierro desprendido subió del fondo del lago y se ajustó de nuevo al mango. Luego entrega la herramienta al godo diciéndole: "Toma, trabaja y no te aflijas más."
CAPÍTULO VII
DE UN DISCÍPULO SUYO QUE ANDUVO SOBRE LAS AGUAS:
Otro día, San Benito estaba en su celda, el niño Plácido, monje de su congregación, salió a sacar agua del lago y sumergió en el agua la vasija de tal forma, que él cae en el agua tras la vasija. La corriente de agua lo comienza a arrastrar bastante trecho. San Benito se entera al instante del hecho. Llamó a Mauro y le dijo: "Hermano Mauro, corre, porque aquel niño ha caído en el lago y la corriente lo va arrastrando ya lejos". Después de pedir y recibir la bendición, salió Mauro corriendo a cumplir la orden de su abad. Y creyendo que caminaba sobre tierra firme, corrió sobre el agua hasta el lugar donde la corriente arrastraba al niño, le asió por los cabellos y rápidamente lo llevó hasta la orilla.
Cuando toca tierra firme, cae en la cuenta, mira hacia atrás y se dio cuenta que había corrido sobre las aguas, asombrándose de cómo era posible que había hecho algo semejante. Mauro se dirige a San Benito a contarle lo sucedido. San Benito atribuyó el hecho, no a sus propios merecimientos, sino a la obediencia de Mauro. Mauro sostenía que el prodigio había ocurrido únicamente por efecto del mandato de San Benito, que el nada tenía que ver con el milagro. En este momento, llega el niño que había sido salvado, diciendo "Yo, cuando era sacado del agua, veía sobre mí cabeza la melota del abad y estaba creído que era él quien me sacaba del agua".
CAPÍTULO VIII
DEL PAN ENVENENADO TIRADO LEJOS POR UN CUERVO:
Muchos de aquellos lugares empezaron a dejar la vida normal y sometieron la cerviz de su corazón al suave yugo del Redentor nuestro Señor Jesucristo. Pero siempre es propio de los malos envidiar en los otros el bien de la virtud que ellos no aprecian, el sacerdote de una iglesia vecina llamado Florencio, instigado por el antiguo enemigo "el demonio", empezó a tener envidia del celo de San Benito, a denigrar su género de vida y a apartar de su trato a cuantos podía. Pero, viendo que era imposible impedir sus progresos y que cada día crecía más la fama de su vida monástica, de manera que eran muchos los que se sentían llamados incesantemente a una vida más perfecta por la fama de su santidad, abrasado más y más en la llama de la envidia se hacía cada vez peor, porque deseaba recibir la alabanza de su vida monástica, pero no quería llevar una vida santa.
Cegado, totalmente por las tinieblas de su envidia, mandó a San Benito un pan envenenado como obsequio. Lo aceptó San Benito dándole las gracias, pero descubrió la ponzoña escondida en el pan. A la hora de la comida, solía venir de un bosque cercano un cuervo, al que San Benito le daba de comer por su propia mano. Llegando el cuervo como de costumbre, San Benito le echó al cuervo el pan que el sacerdote le había enviado y le ordenó: "En nombre de nuestro Señor Jesucristo toma este pan y arrójalo a un lugar donde no pueda ser hallado por nadie".
El cuervo, abriendo el pico y extendiendo las alas, empezó a revolotear y a graznar alrededor del pan, como diciendo que estaba dispuesto a obedecer, pero no podía cumplir lo mandado". San Benito le reiteró la orden, diciendo: "Llevátelo, llevátelo sin miedo y échalo donde nadie pueda encontrarlo". Tardó todavía largo rato el cuervo en ejecutar la orden, pero al fin tomó el pan con su pico, levantó vuelo y se fue. Luego de tres horas, habiendo arrojado ya el pan, regresó y recibió el alimento acostumbrado de mano de San Benito. Pero a San Benito, viendo que el ánimo del sacerdote se enardecía contra su vida dolióse más por él que por sí mismo.
Luego, el sacerdote Florencio, ya que no pudo matar el cuerpo del maestro, intentó matar las almas de sus discípulos. Para ello, introdujo en el huerto del monasterio de San Benito, a siete muchachas desnudas, para que allí, ante sus ojos, juntando las manos unas con otras y bailando largo rato delante de ellos, inflamaran sus almas en el fuego de la lascivia. Vio San Benito desde su celda lo que pasaba y temió la caída de sus discípulos más débiles. Pero, considerando que todo aquello se hacía únicamente con ánimo de perseguirle a él, trató de evitar la ocasión de aquella envidia. Y así, constituyó prepósitos (Persona que preside o manda en algunas religiones o comunidades religiosas) en todos aquellos monasterios que había fundado y tomando consigo unos pocos monjes mudó su lugar de residencia.
Apenas, San Benito había rechazado, humildemente, el odio de su adversario, cuando Dios todopoderoso castigó terriblemente a su rival. Pues estando dicho sacerdote en la azotea de su casa, alegrándose con la nueva de la partida de San Benito, de pronto; permaneciendo inmóvil toda la casa, se derrumbó la terraza donde estaba, y aplastando al enemigo de San Benito, lo mató.
El discípulo Mauro, creyó oportuno hacérselo saber a San Benito, que aún no se había alejado ni diez millas del lugar, diciéndole: "Regresa, porque el sacerdote que te perseguía ha muerto". Al oír esto San Benito, prorrumpió en llanto, no sólo porque su adversario había muerto, sino porque el discípulo se había alegrado de su desatrozo fin. Y por eso impuso una penitencia al discípulo, porque al anunciarle lo sucedido se había atrevido a alegrarse de la muerte de su rival.
San Benito, emigró a otra parte, cambió de lugar, pero no de enemigo. Ya que después le tocó librar combates cada vez más difíciles, puesto que tuvo que luchar abiertamente contra el maestro de la maldad en persona "el demonio en persona". El fuerte llamado Casino está situado en la ladera de una alta montaña, con una altura de 3 millas, levanta su cumbre hacia el cielo. Hubo allí un templo antiquísimo, en el que según las costumbres de los antiguos paganos, se daba culto a Apolo. En su alrededor había también bosques consagrados al culto de los demonios, donde todavía en aquel tiempo una multitud enloquecida de paganos ofrecía sacrificios sacrílegos. Cuando llegó allí San Benito, destrozó el ídolo, echo por tierra el ara y taló los bosques. Y en el mismo templo de Apolo construyó un oratorio en honor de San Martín, y donde había estado el altar de Apolo edificó un oratorio a San Juan. Con su predicación atrajo a la fe a las gentes que habitaban en las cercanías. Pero he aquí que el antiguo enemigo "el demonio", no pudiendo sufrir estas cosas en silencio, se aparecía a los ojos de San Benito, no veladamente o en sueños, sino visiblemente, y con grandes clamores se quejaba de la violencia que tenía que padecer por su causa. Los monjes, aunque oían su voz, no veían su figura. Pero San Benito contaba a sus discípulos cómo el antiguo enemigo se aparecía a sus ojos corporales horrible y envuelto en fuego y le amenazaba echando fuego por la boca y por los ojos. En efecto, todos oían lo que decía, porque primero le llamaba por su nombre, y como el hombre de Dios no le respondía nada, enseguida prorrumpía en ultrajes. Pues cuando gritaba: "¡Benito, Benito!", y veía que éste nada respondía, a continuación añadía:"¡Maldito y no bendito! ¿Qué tienes contra mí? ¿Por qué me persigues?".
CAPÍTULO IX
DE UNA ENORME PIEDRA LEVANTADA POR SU ORACIÓN:
Un día, mientras los monjes trabajaban en la construcción de su propio monasterio, decidieron poner en el edificio una piedra que había en el centro del terreno. Al no poderla remover dos o tres monjes a la vez, se les juntaron otra para ayudarles, pero la piedra permaneció inamovible como si tuviera raíces en la tierra. Comprendieron que el antiguo enemigo "el demonio" en persona estaba sentado sobre ella, puesto que los brazos de tantos hombres no eran suficientes para removerlas. Ante la dificultad, llamaron a San Benito, para que viniera y con su oración ahuyentara al enemigo, y así poder levantar la piedra. Vino enseguida, oró e impartió la bendición, y al punto pudieron levantar la piedra con tanta rapidez, como si nunca hubiera tenido peso alguno.
CAPÍTULO X
EL INCENDIO IMAGINARIO DE LA COCINA
Los monjes comenzaron a cavar allí la tierra delante de San Benito, y en el hoyo encontraron un ídolo de bronce, que decidieron guardar en la cocina. Pero de repente, vieron salir fuego de la misma cocina y creyendo que iba a incendiarse todo el edificio, corrieron a apagar el fuego. Hicieron tanto ruido que acudió allí también San Benito. Y al comprobar que aquel fuego existía sólo ante los ojos de sus monjes, pero no ante los suyos, inclinó la cabeza en actitud de oración. Y al instante, a los monjes, que vio que eran víctimas de la ilusión de un fuego ficticio, hizo volver a la visión real de las cosas, diciéndoles que hicieran caso omiso de aquellas llamas que había simulado el antiguo enemigo "el demonio" y que comprobaran cómo la cocina estaba intacta.
NOTA: Este tema es muy interesante pero demasiado extenso, esperen pronto los siguientes capítulos los que estén interesados en conocer y seguir leyendo sobre esta vida tan ejemplar.
CAPÍTULO VI
DEL HIERRO VUELTO A SU MANGO DESDE EL FONDO DEL AGUA:
Cuando un hombre del pueblo Godo, pobre de espíritu visita a San Benito para hacerse monje y éste lo acepta. Un día le manda a cortar la maleza de un sitio con una herramienta parecido con la falce que llaman falcastro.
El godo se va a trabajar y utiliza esta herramienta para preparar el terreno que estaba lleno de maleza para que sirviera de huerto. Este terreno lindaba justo con un lago. Estando en esta tarea, se desprende el hierro del mango y justo cae al lago, y en una zona de gran profundidad que no había forma de recuperarlo.
Dando por perdida la herramienta, el monje se dirige presuroso y nervioso donde el monje Mauro, le contó lo que pasó e hizo penitencia por su falta. Mauro, le cuenta a San Benito, el cual se dirigió al lago, tomó el mango de la mano del godo y la metió en el agua. En ese instante, el hierro desprendido subió del fondo del lago y se ajustó de nuevo al mango. Luego entrega la herramienta al godo diciéndole: "Toma, trabaja y no te aflijas más."
CAPÍTULO VII
DE UN DISCÍPULO SUYO QUE ANDUVO SOBRE LAS AGUAS:
Otro día, San Benito estaba en su celda, el niño Plácido, monje de su congregación, salió a sacar agua del lago y sumergió en el agua la vasija de tal forma, que él cae en el agua tras la vasija. La corriente de agua lo comienza a arrastrar bastante trecho. San Benito se entera al instante del hecho. Llamó a Mauro y le dijo: "Hermano Mauro, corre, porque aquel niño ha caído en el lago y la corriente lo va arrastrando ya lejos". Después de pedir y recibir la bendición, salió Mauro corriendo a cumplir la orden de su abad. Y creyendo que caminaba sobre tierra firme, corrió sobre el agua hasta el lugar donde la corriente arrastraba al niño, le asió por los cabellos y rápidamente lo llevó hasta la orilla.
Cuando toca tierra firme, cae en la cuenta, mira hacia atrás y se dio cuenta que había corrido sobre las aguas, asombrándose de cómo era posible que había hecho algo semejante. Mauro se dirige a San Benito a contarle lo sucedido. San Benito atribuyó el hecho, no a sus propios merecimientos, sino a la obediencia de Mauro. Mauro sostenía que el prodigio había ocurrido únicamente por efecto del mandato de San Benito, que el nada tenía que ver con el milagro. En este momento, llega el niño que había sido salvado, diciendo "Yo, cuando era sacado del agua, veía sobre mí cabeza la melota del abad y estaba creído que era él quien me sacaba del agua".
CAPÍTULO VIII
DEL PAN ENVENENADO TIRADO LEJOS POR UN CUERVO:
Muchos de aquellos lugares empezaron a dejar la vida normal y sometieron la cerviz de su corazón al suave yugo del Redentor nuestro Señor Jesucristo. Pero siempre es propio de los malos envidiar en los otros el bien de la virtud que ellos no aprecian, el sacerdote de una iglesia vecina llamado Florencio, instigado por el antiguo enemigo "el demonio", empezó a tener envidia del celo de San Benito, a denigrar su género de vida y a apartar de su trato a cuantos podía. Pero, viendo que era imposible impedir sus progresos y que cada día crecía más la fama de su vida monástica, de manera que eran muchos los que se sentían llamados incesantemente a una vida más perfecta por la fama de su santidad, abrasado más y más en la llama de la envidia se hacía cada vez peor, porque deseaba recibir la alabanza de su vida monástica, pero no quería llevar una vida santa.
Cegado, totalmente por las tinieblas de su envidia, mandó a San Benito un pan envenenado como obsequio. Lo aceptó San Benito dándole las gracias, pero descubrió la ponzoña escondida en el pan. A la hora de la comida, solía venir de un bosque cercano un cuervo, al que San Benito le daba de comer por su propia mano. Llegando el cuervo como de costumbre, San Benito le echó al cuervo el pan que el sacerdote le había enviado y le ordenó: "En nombre de nuestro Señor Jesucristo toma este pan y arrójalo a un lugar donde no pueda ser hallado por nadie".
El cuervo, abriendo el pico y extendiendo las alas, empezó a revolotear y a graznar alrededor del pan, como diciendo que estaba dispuesto a obedecer, pero no podía cumplir lo mandado". San Benito le reiteró la orden, diciendo: "Llevátelo, llevátelo sin miedo y échalo donde nadie pueda encontrarlo". Tardó todavía largo rato el cuervo en ejecutar la orden, pero al fin tomó el pan con su pico, levantó vuelo y se fue. Luego de tres horas, habiendo arrojado ya el pan, regresó y recibió el alimento acostumbrado de mano de San Benito. Pero a San Benito, viendo que el ánimo del sacerdote se enardecía contra su vida dolióse más por él que por sí mismo.
Luego, el sacerdote Florencio, ya que no pudo matar el cuerpo del maestro, intentó matar las almas de sus discípulos. Para ello, introdujo en el huerto del monasterio de San Benito, a siete muchachas desnudas, para que allí, ante sus ojos, juntando las manos unas con otras y bailando largo rato delante de ellos, inflamaran sus almas en el fuego de la lascivia. Vio San Benito desde su celda lo que pasaba y temió la caída de sus discípulos más débiles. Pero, considerando que todo aquello se hacía únicamente con ánimo de perseguirle a él, trató de evitar la ocasión de aquella envidia. Y así, constituyó prepósitos (Persona que preside o manda en algunas religiones o comunidades religiosas) en todos aquellos monasterios que había fundado y tomando consigo unos pocos monjes mudó su lugar de residencia.
Apenas, San Benito había rechazado, humildemente, el odio de su adversario, cuando Dios todopoderoso castigó terriblemente a su rival. Pues estando dicho sacerdote en la azotea de su casa, alegrándose con la nueva de la partida de San Benito, de pronto; permaneciendo inmóvil toda la casa, se derrumbó la terraza donde estaba, y aplastando al enemigo de San Benito, lo mató.
El discípulo Mauro, creyó oportuno hacérselo saber a San Benito, que aún no se había alejado ni diez millas del lugar, diciéndole: "Regresa, porque el sacerdote que te perseguía ha muerto". Al oír esto San Benito, prorrumpió en llanto, no sólo porque su adversario había muerto, sino porque el discípulo se había alegrado de su desatrozo fin. Y por eso impuso una penitencia al discípulo, porque al anunciarle lo sucedido se había atrevido a alegrarse de la muerte de su rival.
San Benito, emigró a otra parte, cambió de lugar, pero no de enemigo. Ya que después le tocó librar combates cada vez más difíciles, puesto que tuvo que luchar abiertamente contra el maestro de la maldad en persona "el demonio en persona". El fuerte llamado Casino está situado en la ladera de una alta montaña, con una altura de 3 millas, levanta su cumbre hacia el cielo. Hubo allí un templo antiquísimo, en el que según las costumbres de los antiguos paganos, se daba culto a Apolo. En su alrededor había también bosques consagrados al culto de los demonios, donde todavía en aquel tiempo una multitud enloquecida de paganos ofrecía sacrificios sacrílegos. Cuando llegó allí San Benito, destrozó el ídolo, echo por tierra el ara y taló los bosques. Y en el mismo templo de Apolo construyó un oratorio en honor de San Martín, y donde había estado el altar de Apolo edificó un oratorio a San Juan. Con su predicación atrajo a la fe a las gentes que habitaban en las cercanías. Pero he aquí que el antiguo enemigo "el demonio", no pudiendo sufrir estas cosas en silencio, se aparecía a los ojos de San Benito, no veladamente o en sueños, sino visiblemente, y con grandes clamores se quejaba de la violencia que tenía que padecer por su causa. Los monjes, aunque oían su voz, no veían su figura. Pero San Benito contaba a sus discípulos cómo el antiguo enemigo se aparecía a sus ojos corporales horrible y envuelto en fuego y le amenazaba echando fuego por la boca y por los ojos. En efecto, todos oían lo que decía, porque primero le llamaba por su nombre, y como el hombre de Dios no le respondía nada, enseguida prorrumpía en ultrajes. Pues cuando gritaba: "¡Benito, Benito!", y veía que éste nada respondía, a continuación añadía:"¡Maldito y no bendito! ¿Qué tienes contra mí? ¿Por qué me persigues?".
CAPÍTULO IX
DE UNA ENORME PIEDRA LEVANTADA POR SU ORACIÓN:
Un día, mientras los monjes trabajaban en la construcción de su propio monasterio, decidieron poner en el edificio una piedra que había en el centro del terreno. Al no poderla remover dos o tres monjes a la vez, se les juntaron otra para ayudarles, pero la piedra permaneció inamovible como si tuviera raíces en la tierra. Comprendieron que el antiguo enemigo "el demonio" en persona estaba sentado sobre ella, puesto que los brazos de tantos hombres no eran suficientes para removerlas. Ante la dificultad, llamaron a San Benito, para que viniera y con su oración ahuyentara al enemigo, y así poder levantar la piedra. Vino enseguida, oró e impartió la bendición, y al punto pudieron levantar la piedra con tanta rapidez, como si nunca hubiera tenido peso alguno.
CAPÍTULO X
EL INCENDIO IMAGINARIO DE LA COCINA
Los monjes comenzaron a cavar allí la tierra delante de San Benito, y en el hoyo encontraron un ídolo de bronce, que decidieron guardar en la cocina. Pero de repente, vieron salir fuego de la misma cocina y creyendo que iba a incendiarse todo el edificio, corrieron a apagar el fuego. Hicieron tanto ruido que acudió allí también San Benito. Y al comprobar que aquel fuego existía sólo ante los ojos de sus monjes, pero no ante los suyos, inclinó la cabeza en actitud de oración. Y al instante, a los monjes, que vio que eran víctimas de la ilusión de un fuego ficticio, hizo volver a la visión real de las cosas, diciéndoles que hicieran caso omiso de aquellas llamas que había simulado el antiguo enemigo "el demonio" y que comprobaran cómo la cocina estaba intacta.
NOTA: Este tema es muy interesante pero demasiado extenso, esperen pronto los siguientes capítulos los que estén interesados en conocer y seguir leyendo sobre esta vida tan ejemplar.
Secuencia 1
Fuentes consultadas:
Libro de los diálogos de San Gregorio Magno
http://mercaba.org/FICHAS/Satan/la_medalla_de_san_benito.htm
http://es.wikipedia.org/wiki/Medalla_de_San_Benito
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NOTA IMPORTANTE: Las Medallas de San Benito que aparecen aquí, hagánlas bendecir. No se pueden comprar bendecidas NINGUNA IMAGEN U OBJETO SAGRADO O DE DEVOCIÓN porque se cometería el pecado de SIMONÍA, que es la compra de objetos sagrados. AVERIGÜEN BIEN, POR FAVOR.
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